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Desde El Salvador

Hay que joderse lo vaga que soy. Martes 30 de marzo. Antigua y hotel Casa Santo Domingo, un lujo de 5 estrellas.

MENTIRA. Sólo está una parte de ese día y ya me he cansado de escribir. Se siente. Ahora recuperaré alguno de los últimos días, pero no creo que saque fuerzas para escribir todo aquello. Y eso que merece la pena porque pasaron muchas cosas. Pero soy irremediablemente vaga y mucho tiempo había estado yo escribiendo con regularidad... Me extrañaba.

Martes 30 de marzo. Antigua y hotel Casa Santo Domingo, un lujo de 5 estrellas.

Por la mañana fue la hora de tomar todas las fotografías. Además, tuvimos suerte y Luis encontró entre las sandías, una iguana bastante grande, con lo que tuvimos una anécdota fotográfica.
La llevó a nuestro dormitorio (ya es costumbre que todos los bichos raros se lleven a mi dormitorio para que yo los fotografíe) y la pobre estaba tan asustada que aunque la dejamos en el suelo con total libertad, no movía ni un músculo. La duda estaba entre si la comeríamos o la dejaríamos libre. Como siempre, les comí la cabeza para que la dejasen libre, lo que ya hice con el tacuacín la otra vez, total, para que amaneciese muerto al día siguiente.
Cuando por fin reaccionó y se puso a correr, lo hizo hacia la puerta del dormitorio. Mierda, estaba abierta. Y por supuesto, allí se coló, se refugió debajo de un lavabo del baño, pero cuando me acerqué yo, viendo que aquello no era un sitio muy seguro, salió por patas de nuevo. Con tan mala suerte que no halló otro camino de escape que... las letrinas. Allí desapareció la pobre iguana embarazada. Y supimos más de ella. Pensamos que moriría ahogada, y no en la más dulce de las muertes precisamente... Puaj.
Para tranquilizar al personal, cuando volví al CEDEFAR, me dijeron que había logrado salir (supongo que por donde entró) pero que no era seguro que siguiese con vida pues los estudiantes tenían ganas de comer iguana y puede que la hubiesen vuelto a cazar y la hubiesen llevado a su casa. Pero vamos, yo una “iguana à la letrine” no me la comería por gusto. Claro, que estos chicos, por necesidad... pues a saber.
Salimos rumbo a Guatemala, primer paso: cruzar la frontera. Llegamos casi sin darnos cuenta, no es que esté muy señalizado, la verdad, pero casi parecía más que nos hubiésemos metido en un pueblo que en una aduana.
Al llegar con el coche al edificio donde teníamos que hacer los papeleos, nos asaltaron un montón de muchachos que se ofrecían a rellenarnos los papeles (seguro que por un módico precio, claro) o nos vendían quetzales. Los papeles no parecían tan complicados, así que nos dispusimos a rellenarlos por nuestra cuenta.
Llegamos a una fila de “salida de El Salvador”, larguísima, así que me aventuré por delante para ver si por un casual... Bingo, una fila 3 veces más corta con el mismo letrero. El de “entrada en Guatemala” no tenía cola, pero es que cada persona que hacía los papeles de El Salvador, pasaba por allí sólo a que te pusieran un sello. Sienta bien eso de saber que no has tenido que sentirte ultra-estúpido al doblar la esquina haciendo una cola larguísima y descubrir que hay otra enana al lado. Si alguien ha leído “La ley de Murphy” y las teorías acerca de las colas, verá que en esta ocasión no cumplimos ni la ley ni ninguno de sus corolarios (que en ese tema tenía unos cuantos).
Lo del papeleo del coche fue lo más raro del mundo. Nos dieron dos papelitos, numerados, que rellenamos, pero que no entregamos a nadie. Tanto nos extrañó, que dimos media vuelta buscando a alguien a quien entregárselo, no fuese a ser que estuviésemos metiendo el coche ilegalmente en Guate. Pero nada, no había que entregarlos a nadie. Ni siquiera lo hicimos a la vuelta y acabamos con los papelitos del principio, rellenados, pero sin ninguna clase de sello de ninguna autoridad.

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