Lunes 29 de marzo. Laguna Verde y CEDEFAR.
La mañana siguiente, amaneció fresca. Era muy agradable estar en las hamacas del hostal, pero había que ponerse en movimiento. Preguntamos cómo llegar a la laguna verde, que se supone que quedaba cerca de por allí. Como siempre, era todo recto, pero nos volvimos a perder y tuvimos que dar media vuelta en una ocasión. Pero es que no está nada bien señalizado todo aquello.
Está claro que lo de promover el turismo no es un tema prioritario en la agenda del gobierno. Si no estaba señalizada la ruta a la famosa laguna, ya ni te cuento el estado del camino que llevaba hasta allí. Hubo que hacer uso de la tracción a las cuatro ruedas y todo. Y una polvareda que levantábamos por el camino...
La laguna verde no estaba tan verde como en la época de lluvias, así que perdía bastante. Pero aún así, el paseo rodeándola fue agradable, a pesar de los temores de un asalto por aquel sitio tan solitario. No había nadie y parecía que entre toda esa maleza podía salir alguien que, a punta de machete, nos desvalijase.
Al llegar al punto de partida había unos niños a los que habían encargado lavar los trastos en la laguna y, aprovechando, se dieron un buen chapuzón ellos mismos. La temperatura no era excesivamente alta, pero si hubiese habido un par de grados más y algo más de sol, me hubiese metido al agua sin dudarlo. ¡Pero amenazaba lluvia! Si lo digo sorprendida es porque todavía estamos en la época seca y se supone que no llueve nunca, pero se ve que lo del cambio climático hace mucho.
Y efectivamente, nos llovió. Y a lo bestia. Fue en el camino hacia Cara Sucia, primero bajando de la montaña donde estaba Apaneca y más tarde a la hora de comer. Cómo llovía. Y las escenas de escolares con sus uniformes completamente empapados y corriendo bajo la lluvia se repetían por todo el camino. Por el borde de la carretera bajaban grandes trombas de agua y en algunos puntos, auténticos torrentes desembocaban como una cascada sobre la carretera. Qué bueno que estábamos en el coche.
Al bajar ya casi a nivel del mar, en la carretera que va hacia Cara Sucia y La Frontera (con Guate), pareció que dejamos la lluvia atrás. Al llegar a Metalío (Metalillo?) paramos en un comedor para almorzar.
Tuve una bronca con Pablo por la comida, por no querer tomar para beber un Gatorade, ya que el suero le da arcadas y no pensaba tomarlo. Y le dije que hiciese lo que le diese la gana, pero entonces me preguntó qué podía tomar para comer. Mira, Pablo, aclárate, o quieres que te aconseje, o no, pero darte consejos para que luego tú hagas lo que quieras... Pues me desmoraliza mucho.
Mientras comíamos, nos alcanzó de nuevo la tormenta. Hasta nos estábamos mojando debajo del techo. Y eso que era de chapa, no de paja. Decidimos esperar a que amainase y entonces retomar el camino, rumbo a Cara Sucia donde podríamos encontrar unos baños decentes (en el comedor este, era al aire libre).
A Cara Sucia ya no llegó la lluvia, hacía el mismo puñetero calor de siempre. Así que la idea de meternos al Chicken Bell, con sus baños decentes y su potente aire acondicionado, fue muy bien recibida por todos. Pero antes de eso, pasamos por el súper a comprar Gatorade (Pablo al fin cedió) y agua. De camino al Chicken Bell, encontramos un puestecillo (la calle principal de Cara Sucia está atestada de comercios) en el que vendían corvos (machetes) con sus fundas de cuero y todo. Papá se compró uno así de largo (imagíneme poniendo las manos separadas como un metro) con su funda (vaina) negra grabada y sus flecos y todo. Era del tipo puntudo, con la cabeza delgada.
Mientras mis progenitores esperaban pacientemente (el aire acondicionado no les permitía salir del local), Pablo y yo pasamos por mi ciber, para que viese dónde me conecto para chatear con él, quién es el dueño y que quedase claro que no ligo con él.
Hora de que conociesen el CEDEFAR. Pero al ir a arrancar el coche, mi despistado padre se dio cuenta de que se había dejado las luces puestas y... nos habíamos quedado sin batería. Salieron los hombres en busca de alguien que tuviese unos cables. En realidad, había un taller al otro lado de la calle, pero no nos dimos cuenta. Un hombre agradable llevó su trasto (no puedo llamarlo automóvil) hasta el súper, donde estábamos aparcados (parqueados), y nos arrancó el coche.
Llegamos al CEDEFAR bastante acalorados. Creo que todavía no había llegado todo el mundo, aunque llegaron a lo largo de la tarde. Les enseñé todas las instalaciones, mis tomates, a los estudiantes (pocos, muy pocos) que andaban por allí... Ya pueden imaginarme haciendo tortillas o cambiándole el agua a los pollos. Tuvieron frijoles de desayuno (no sé si de cena también), aunque los dejaron en el plato. Usaron las mismas letrinas que yo... Ya saben dónde y cómo vivo, por dónde me muevo, con quién comparto mi día a día... Me tienen más controlada que nunca.
Creo que mi madre tardó minuto y medio en comenzar a hablar de política con todo el mundo allá. Antes, prudentemente (y sorprendentemente) me había preguntado que de qué partido era la gente allí. Allí son todos rojos, mamá. Y ella encantada, a despotricar del gobierno y así hacer muchos amigos. He de decir, que todo el mundo que la conoció, salió encantadísimo. Mamá, por aquí dicen que molas mucho. Pero eso ya lo sabía yo, aunque no me gusta nada que seas tan agresiva con cosas de política, y menos en un país como éste en el que te pueden salir con el corvo si se les cruzan un poco los cables.
También estuvo Cecile, que llegó a pasar allí la semana con los estudiantes. La pobre se aburre mucho en la oficina y el poco trabajo de campo que tiene que hacer no le motiva nada de nada, y deja al pobre Colocho solo en las reuniones de Chalatenango.
Está claro que lo de promover el turismo no es un tema prioritario en la agenda del gobierno. Si no estaba señalizada la ruta a la famosa laguna, ya ni te cuento el estado del camino que llevaba hasta allí. Hubo que hacer uso de la tracción a las cuatro ruedas y todo. Y una polvareda que levantábamos por el camino...
La laguna verde no estaba tan verde como en la época de lluvias, así que perdía bastante. Pero aún así, el paseo rodeándola fue agradable, a pesar de los temores de un asalto por aquel sitio tan solitario. No había nadie y parecía que entre toda esa maleza podía salir alguien que, a punta de machete, nos desvalijase.
Al llegar al punto de partida había unos niños a los que habían encargado lavar los trastos en la laguna y, aprovechando, se dieron un buen chapuzón ellos mismos. La temperatura no era excesivamente alta, pero si hubiese habido un par de grados más y algo más de sol, me hubiese metido al agua sin dudarlo. ¡Pero amenazaba lluvia! Si lo digo sorprendida es porque todavía estamos en la época seca y se supone que no llueve nunca, pero se ve que lo del cambio climático hace mucho.
Y efectivamente, nos llovió. Y a lo bestia. Fue en el camino hacia Cara Sucia, primero bajando de la montaña donde estaba Apaneca y más tarde a la hora de comer. Cómo llovía. Y las escenas de escolares con sus uniformes completamente empapados y corriendo bajo la lluvia se repetían por todo el camino. Por el borde de la carretera bajaban grandes trombas de agua y en algunos puntos, auténticos torrentes desembocaban como una cascada sobre la carretera. Qué bueno que estábamos en el coche.
Al bajar ya casi a nivel del mar, en la carretera que va hacia Cara Sucia y La Frontera (con Guate), pareció que dejamos la lluvia atrás. Al llegar a Metalío (Metalillo?) paramos en un comedor para almorzar.
Tuve una bronca con Pablo por la comida, por no querer tomar para beber un Gatorade, ya que el suero le da arcadas y no pensaba tomarlo. Y le dije que hiciese lo que le diese la gana, pero entonces me preguntó qué podía tomar para comer. Mira, Pablo, aclárate, o quieres que te aconseje, o no, pero darte consejos para que luego tú hagas lo que quieras... Pues me desmoraliza mucho.
Mientras comíamos, nos alcanzó de nuevo la tormenta. Hasta nos estábamos mojando debajo del techo. Y eso que era de chapa, no de paja. Decidimos esperar a que amainase y entonces retomar el camino, rumbo a Cara Sucia donde podríamos encontrar unos baños decentes (en el comedor este, era al aire libre).
A Cara Sucia ya no llegó la lluvia, hacía el mismo puñetero calor de siempre. Así que la idea de meternos al Chicken Bell, con sus baños decentes y su potente aire acondicionado, fue muy bien recibida por todos. Pero antes de eso, pasamos por el súper a comprar Gatorade (Pablo al fin cedió) y agua. De camino al Chicken Bell, encontramos un puestecillo (la calle principal de Cara Sucia está atestada de comercios) en el que vendían corvos (machetes) con sus fundas de cuero y todo. Papá se compró uno así de largo (imagíneme poniendo las manos separadas como un metro) con su funda (vaina) negra grabada y sus flecos y todo. Era del tipo puntudo, con la cabeza delgada.
Mientras mis progenitores esperaban pacientemente (el aire acondicionado no les permitía salir del local), Pablo y yo pasamos por mi ciber, para que viese dónde me conecto para chatear con él, quién es el dueño y que quedase claro que no ligo con él.
Hora de que conociesen el CEDEFAR. Pero al ir a arrancar el coche, mi despistado padre se dio cuenta de que se había dejado las luces puestas y... nos habíamos quedado sin batería. Salieron los hombres en busca de alguien que tuviese unos cables. En realidad, había un taller al otro lado de la calle, pero no nos dimos cuenta. Un hombre agradable llevó su trasto (no puedo llamarlo automóvil) hasta el súper, donde estábamos aparcados (parqueados), y nos arrancó el coche.
Llegamos al CEDEFAR bastante acalorados. Creo que todavía no había llegado todo el mundo, aunque llegaron a lo largo de la tarde. Les enseñé todas las instalaciones, mis tomates, a los estudiantes (pocos, muy pocos) que andaban por allí... Ya pueden imaginarme haciendo tortillas o cambiándole el agua a los pollos. Tuvieron frijoles de desayuno (no sé si de cena también), aunque los dejaron en el plato. Usaron las mismas letrinas que yo... Ya saben dónde y cómo vivo, por dónde me muevo, con quién comparto mi día a día... Me tienen más controlada que nunca.
Creo que mi madre tardó minuto y medio en comenzar a hablar de política con todo el mundo allá. Antes, prudentemente (y sorprendentemente) me había preguntado que de qué partido era la gente allí. Allí son todos rojos, mamá. Y ella encantada, a despotricar del gobierno y así hacer muchos amigos. He de decir, que todo el mundo que la conoció, salió encantadísimo. Mamá, por aquí dicen que molas mucho. Pero eso ya lo sabía yo, aunque no me gusta nada que seas tan agresiva con cosas de política, y menos en un país como éste en el que te pueden salir con el corvo si se les cruzan un poco los cables.
También estuvo Cecile, que llegó a pasar allí la semana con los estudiantes. La pobre se aburre mucho en la oficina y el poco trabajo de campo que tiene que hacer no le motiva nada de nada, y deja al pobre Colocho solo en las reuniones de Chalatenango.
0 comentarios