Sábado 27 de marzo. Playa el Zonte y La Casa de Frida.
Después de otro desayuno de órdago, nos dispusimos a perdernos de nuevo en la ciudad, rumbo a La Libertad. Esta vez, sabíamos que el día anterior habíamos pasado por el desvío hacia allá, así que de alguna forma teníamos que repetir alguna de las vueltas que habíamos dado ayer. Pero a saber cual.
Por el camino, según llegábamos a la playa, yo me encapriché como una niña pequeña con unos grandes flotadores que vendían por la carretera. Y Pablo, que me mima demasiado, me compró uno: grande y color rosa chicle eléctrico. Bueno, en realidad luego lo usamos los dos por igual y le sacamos mucho partido, pero el capricho era mío :P
Creo que al final no tuvimos mayor problema. Llegamos al mismo restaurante-mirador del fin de semana anterior (con Marcelo y Cecile) donde tomamos un agua de coco y una limonada que no era tal. Yo creo que nos dieron un fresco de tamarindo en lugar de limonada, pensando que como éramos gringos no nos enteraríamos.
Llegamos a La Casa de Frida sin mucha complicación y allí se les iluminó la cara a todos. En el fondo, sé que estaban preguntándose a qué antro iba a llevarlos a continuación y fue una grata sorpresa el hallar un paraíso tropical como aquel, sobre todo después de esperar lo peor.
Mis padres se presentaron al dueño y al ayudante, los dos Manel, y empezaron a charlar con ellos. Yo, por mi parte, tenía unas ganas horrorosas de estrenar mi nuevo donut gigante en las olas del pacífico. Así que como ya llevábamos el bañador puesto, nos fuimos a disfrutar del mar. No sin antes untar profundamente a Pablo con crema solar factor 8.
No sé si estuvimos cosa de dos horas metidos, esperando la ola perfecta para que nos remolcase hasta cerca de la orilla montados en nuestro donut. Lo pasamos muy bien, cada vez que vaya a esa playa (tengo planeado ir más a menudo) me acordaré de esos ratos jugando en el agua como niños pequeños.
Claro, cuando salimos, ya había pasado la hora de comer hacía rato, pero mis padres estaban demasiado ocupados charlando como para darse cuenta ellos mismos. Así que tocaba comer. Creo que yo me metí al cuerpo una brocheta de camarones, pero ya no estoy segura de si eso fue en la cena.
Tampoco recuerdo en qué momento mis padres conocieron a Lois. Lois es una americana que está viajando por Centro América, haciendo fotos y buscando inspiración. Creo que también escribe. Vende las fotos y todo. Era una mujer extraña, al menos así me lo pareció. Muy segura de lo que piensa y de lo que hace, pero no sé, extraña. Primeramente, su aspecto. Tenía una especie de cicatriz en la cara que le daba un aire un tanto raro. Pero sobre todo, me extrañaba su forma de hablar. Hombre, ella no domina mucho el español, pero aún así, hablando inglés o italiano (había vivido en Italia y con Pablo hicieron un mano a mano) me producía la misma sensación. Mis padres seguro que discrepan, se hicieron íntimos en ese día en la playa. Pues que añadan algún comentario al log. Y lo mismo le digo a Pablo cuando no esté de acuerdo con lo que pongo.
Después de comer, nos echamos una siesta en las hamacas, Pablo y yo compartiendo una misma hamaca. Que sepáis que eso requiere bastante habilidad, fue todo un logro. Pero allí estábamos tan a gustito. Por cierto, Pablo estaba quemado. Quemadísimo. Claro, una protección 8 para su piel, no era nada. Yo, por una parte soy un poco más morena por naturaleza y por otra, leches, ya estoy requemada de tanto tiempo que llevo aquí. Aunque aún así, me quemé un poco al día siguiente, pero fue por no ponerme protección más que en la cara, los hombros se me churruscaron un pelín, lo suficiente como para sentir molesto el sujetador.
Ya ni recuerdo qué hicimos en la tarde. No sé cómo lo hicimos, pero en todo el tiempo que estuvimos allí, no disfrutamos de la marea baja y no pudimos pasear por toda la playa, que tiene calas preciosas. De todas formas, Pablo adquirió heliofobia y no quería saber de nada que tuviese que ver con ponerse bajo el sol.
Recuerdo que por la noche, no había agua. Más que nada, me quedé sin agua a mitad de ducha, con el pelo completamente enjabonado. Cuando ya habíamos logrado solucionarlo a base de agua de botella, empezó a salir un gran (y muy sucio) chorro de agua en la ducha (la habíamos dejado encendida) que al cabo de poco se convirtió en un potente chorro de agua limpia. Nunca había recibido el agua con tanta alegría.
Cenamos con Lois, cosa así de a las once de la noche. Tardísimo, vamos, al menos para este país, pero la cocina seguía abierta. Se ve que tenían cierto horario europeo para que los clientes habituales (extranjeros) nos sintiésemos más como en casa.
Por el camino, según llegábamos a la playa, yo me encapriché como una niña pequeña con unos grandes flotadores que vendían por la carretera. Y Pablo, que me mima demasiado, me compró uno: grande y color rosa chicle eléctrico. Bueno, en realidad luego lo usamos los dos por igual y le sacamos mucho partido, pero el capricho era mío :P
Creo que al final no tuvimos mayor problema. Llegamos al mismo restaurante-mirador del fin de semana anterior (con Marcelo y Cecile) donde tomamos un agua de coco y una limonada que no era tal. Yo creo que nos dieron un fresco de tamarindo en lugar de limonada, pensando que como éramos gringos no nos enteraríamos.
Llegamos a La Casa de Frida sin mucha complicación y allí se les iluminó la cara a todos. En el fondo, sé que estaban preguntándose a qué antro iba a llevarlos a continuación y fue una grata sorpresa el hallar un paraíso tropical como aquel, sobre todo después de esperar lo peor.
Mis padres se presentaron al dueño y al ayudante, los dos Manel, y empezaron a charlar con ellos. Yo, por mi parte, tenía unas ganas horrorosas de estrenar mi nuevo donut gigante en las olas del pacífico. Así que como ya llevábamos el bañador puesto, nos fuimos a disfrutar del mar. No sin antes untar profundamente a Pablo con crema solar factor 8.
No sé si estuvimos cosa de dos horas metidos, esperando la ola perfecta para que nos remolcase hasta cerca de la orilla montados en nuestro donut. Lo pasamos muy bien, cada vez que vaya a esa playa (tengo planeado ir más a menudo) me acordaré de esos ratos jugando en el agua como niños pequeños.
Claro, cuando salimos, ya había pasado la hora de comer hacía rato, pero mis padres estaban demasiado ocupados charlando como para darse cuenta ellos mismos. Así que tocaba comer. Creo que yo me metí al cuerpo una brocheta de camarones, pero ya no estoy segura de si eso fue en la cena.
Tampoco recuerdo en qué momento mis padres conocieron a Lois. Lois es una americana que está viajando por Centro América, haciendo fotos y buscando inspiración. Creo que también escribe. Vende las fotos y todo. Era una mujer extraña, al menos así me lo pareció. Muy segura de lo que piensa y de lo que hace, pero no sé, extraña. Primeramente, su aspecto. Tenía una especie de cicatriz en la cara que le daba un aire un tanto raro. Pero sobre todo, me extrañaba su forma de hablar. Hombre, ella no domina mucho el español, pero aún así, hablando inglés o italiano (había vivido en Italia y con Pablo hicieron un mano a mano) me producía la misma sensación. Mis padres seguro que discrepan, se hicieron íntimos en ese día en la playa. Pues que añadan algún comentario al log. Y lo mismo le digo a Pablo cuando no esté de acuerdo con lo que pongo.
Después de comer, nos echamos una siesta en las hamacas, Pablo y yo compartiendo una misma hamaca. Que sepáis que eso requiere bastante habilidad, fue todo un logro. Pero allí estábamos tan a gustito. Por cierto, Pablo estaba quemado. Quemadísimo. Claro, una protección 8 para su piel, no era nada. Yo, por una parte soy un poco más morena por naturaleza y por otra, leches, ya estoy requemada de tanto tiempo que llevo aquí. Aunque aún así, me quemé un poco al día siguiente, pero fue por no ponerme protección más que en la cara, los hombros se me churruscaron un pelín, lo suficiente como para sentir molesto el sujetador.
Ya ni recuerdo qué hicimos en la tarde. No sé cómo lo hicimos, pero en todo el tiempo que estuvimos allí, no disfrutamos de la marea baja y no pudimos pasear por toda la playa, que tiene calas preciosas. De todas formas, Pablo adquirió heliofobia y no quería saber de nada que tuviese que ver con ponerse bajo el sol.
Recuerdo que por la noche, no había agua. Más que nada, me quedé sin agua a mitad de ducha, con el pelo completamente enjabonado. Cuando ya habíamos logrado solucionarlo a base de agua de botella, empezó a salir un gran (y muy sucio) chorro de agua en la ducha (la habíamos dejado encendida) que al cabo de poco se convirtió en un potente chorro de agua limpia. Nunca había recibido el agua con tanta alegría.
Cenamos con Lois, cosa así de a las once de la noche. Tardísimo, vamos, al menos para este país, pero la cocina seguía abierta. Se ve que tenían cierto horario europeo para que los clientes habituales (extranjeros) nos sintiésemos más como en casa.
0 comentarios