Lunes 22 de marzo martes 23 de marzo miércoles 24 de marzo
Pues todo el mundo me toma el pelo con lo poco que falta para que llegue Pablo. Llega ya este jueves (mañana ahora que escribo) y la verdad es que estoy bastante nerviosa. Supongo que por las ganas tan horribles que tengo de verlo. Procuro pensar en otras cosas, pero a cada rato me friegan con ello y no puedo quitármelo de la cabeza.
El lunes me llevaron desde la oficina hasta la estación, aprovechando un viaje. Me puse a las 12 en Cara Sucia, y por los pelos agarré el pick up, que estaba abarrotado. Allí estaban Lucía, Óscar y Chepe. Con las prisas se me olvidó comprar agua, qué contrariedad.
Subimos apretaditos y encima hubo que hacer paso a un tipo que fue hasta la parte trasera para escupir sangre. Le habían sacado alguna muela y estaba amarillo, pobre. Yo pensé que estaba borracho y estaba vomitando, pero luego me explicaron.
Mimé a mis tomates, los podé, los entutoré, arranqué más (sí, más) plantas muertas... Ya hay un sector que se me ha muerto casi entero, qué desgracia de experimento. Tuve que rediseñar el invernadero y eliminé dos filas para no gastar tanto fertilizante.
El martes di clase de matemáticas de 8 a 12. Igual que el miércoles. Ya estoy con la división y con el sistema métrico. Tuve problemas con Miguel, uno de los chicos, a quién no hallé la forma de explicarle cómo se divide. Estuve como media hora con él, con una división que era algo así como 47:3 Cierto que no era exacta, pero según él, ya dominaba esas. Pero es que no sabía ni por dónde empezar. Creo que no soy buena profesora, porque lo expliqué de todas las formas posibles que podía y ni modo, no hubo forma y lo mandé con los que van más retrasados, aunque éstos están con las tablas de multiplicar todavía. No le vendrá mal repasarlas de todas formas.
El resto del tiempo lo he ocupado mimando a mis tomates, evitando a los muchachos de carpintería y preparando las cosas para el viaje con la familia.
Hablando de los de carpintería, parece que se han calmado. Mi indiferencia ha dado resultado. O eso, o por fin se han cansado, lo cual es igualmente positivo. El otro día estaba comiendo yo y pasaron la mayoría por delante de mí, diciendo buen provecho. Yo cuando no tenía la boca llena, les respondía con un gracias. El caso es que estaban todos comiendo, yo ya había terminado y pasé por detrás de ellos. No les dije nada. Primero porque no soy tan educada como lo son en este país, segundo porque a ellos menos que a nadie les dirigiría una fórmula de cortesía. En esto que uno de ellos suelta un BUEN PROVECHO cargado de bastante sarcasmo y no tengo más remedio que medio voltearme y mascullar un buen provecho a mi vez. Pero no sé por qué habría de ser yo educada cuando ellos han estado faltándome al respeto las últimas semanas.
El miércoles me animé a acercarme al camión de los helados. Resulta que siempre oigo la música y los altavoces anunciando los helados, pero nunca me planteé el comprar uno. Esta vez, había hablado el día anterior de ello con Luis, y cuando llegó el camión, me llamó para que fuese a ver. Compré uno de chicle y vainilla. Ninguna maravilla, la verdad, creo que no repetiré. Sólo tienen fresa, chicle y vainilla.
El lunes me llevaron desde la oficina hasta la estación, aprovechando un viaje. Me puse a las 12 en Cara Sucia, y por los pelos agarré el pick up, que estaba abarrotado. Allí estaban Lucía, Óscar y Chepe. Con las prisas se me olvidó comprar agua, qué contrariedad.
Subimos apretaditos y encima hubo que hacer paso a un tipo que fue hasta la parte trasera para escupir sangre. Le habían sacado alguna muela y estaba amarillo, pobre. Yo pensé que estaba borracho y estaba vomitando, pero luego me explicaron.
Mimé a mis tomates, los podé, los entutoré, arranqué más (sí, más) plantas muertas... Ya hay un sector que se me ha muerto casi entero, qué desgracia de experimento. Tuve que rediseñar el invernadero y eliminé dos filas para no gastar tanto fertilizante.
El martes di clase de matemáticas de 8 a 12. Igual que el miércoles. Ya estoy con la división y con el sistema métrico. Tuve problemas con Miguel, uno de los chicos, a quién no hallé la forma de explicarle cómo se divide. Estuve como media hora con él, con una división que era algo así como 47:3 Cierto que no era exacta, pero según él, ya dominaba esas. Pero es que no sabía ni por dónde empezar. Creo que no soy buena profesora, porque lo expliqué de todas las formas posibles que podía y ni modo, no hubo forma y lo mandé con los que van más retrasados, aunque éstos están con las tablas de multiplicar todavía. No le vendrá mal repasarlas de todas formas.
El resto del tiempo lo he ocupado mimando a mis tomates, evitando a los muchachos de carpintería y preparando las cosas para el viaje con la familia.
Hablando de los de carpintería, parece que se han calmado. Mi indiferencia ha dado resultado. O eso, o por fin se han cansado, lo cual es igualmente positivo. El otro día estaba comiendo yo y pasaron la mayoría por delante de mí, diciendo buen provecho. Yo cuando no tenía la boca llena, les respondía con un gracias. El caso es que estaban todos comiendo, yo ya había terminado y pasé por detrás de ellos. No les dije nada. Primero porque no soy tan educada como lo son en este país, segundo porque a ellos menos que a nadie les dirigiría una fórmula de cortesía. En esto que uno de ellos suelta un BUEN PROVECHO cargado de bastante sarcasmo y no tengo más remedio que medio voltearme y mascullar un buen provecho a mi vez. Pero no sé por qué habría de ser yo educada cuando ellos han estado faltándome al respeto las últimas semanas.
El miércoles me animé a acercarme al camión de los helados. Resulta que siempre oigo la música y los altavoces anunciando los helados, pero nunca me planteé el comprar uno. Esta vez, había hablado el día anterior de ello con Luis, y cuando llegó el camión, me llamó para que fuese a ver. Compré uno de chicle y vainilla. Ninguna maravilla, la verdad, creo que no repetiré. Sólo tienen fresa, chicle y vainilla.
0 comentarios