Domingo 7 de marzo. Adiós Chalate, hola Santa Ana.
Por la mañana, Óscar fue a buscar leche de vaca para mí. Jo, si hubiese sabido que iba a hacerlo, hubiese ido con él. Desperté a las 6 am y vagué por la casa aún medio somnolienta. Las gallinas entraban y salían a su voluntad, Modesta y Lucía preparaban el desayuno, para lo cual cocían el maíz y lo molían (en piedra, aquí no había molino mecánico). Era una auténtica casita de campo.
Modesta es una mujer de 73 años, con buena salud, muy trabajadora y agradable a más no poder. Lucía es la única hija que la visita regularmente, la pobre se siente muy sola y normalmente pasa una semana en la Divina Providencia (la colonia del cantón en que vive) y otra en Santa Ana, en la casa de Lucía.
Cuando Raquel despertó, me fue enseñando uno por uno los palos (árboles) que tenían en el jardín. Mangos, jocoteros, naranjos, limoneros, marañón, aceituno, aguacate... Se puso a jugar conmigo y no me soltaba. Saqué la cámara de fotos y eso ya la fascinó, quería posar para mí. Le dije que sólo le tomaba una foto y que cuando se bañase y peinase le tomaría otra.
En realidad acabé bañándola y peinándola yo. Hasta hizo que le eligiese la ropa. Se puso en braguitas al lado de la pila y acurrucada aguantaba las guacaladas de agua que yo le echaba. Luego le lavé el pelo, la ayudé a enjabonarse por donde no llegaba y la volví a empapar a guacaladas. El caso es que había una ducha, pero se ve que a ella le gusta así. Luego le hice un par de trenzas, como mi madre me hacía de pequeña. Mamá, te añoro.
Después de desayunar (qué rica leche) fuimos otra vez a la poza, esta vez con Lucía y Raquel también. Yo no me quise bañar porque había muchos chicos (no tan chicos, rondando los veinte) y sólo llevaba el bikini (el día anterior llevé unos pantalones cortos y una camiseta para bañarme con ellos por si acaso).
Pero me tumbé a la sombra de los mangos a disfrutar del sonido de las cascadas. Ni Lucía ni Raquel se bañaron tampoco, pero porque no quisieron o se les pasaron las ganas al ver que yo no me metía.
De vuelta, pasamos viendo a una señora que Lucía conocía. La pobre debía tener noventaymuchos años, estaba tumbada en una hamaca y casi no podía moverse. Tampoco hablaba con claridad. Creo que no soy la única que no le entendía ni papa, aunque Lucía hacía como si la entendiese. Sus dedos estaban completamente torcidos por la artritis, como unos 45º hacia el exterior de la mano si pones los dedos extendidos.
También pasamos por casa de una señora que yo había visto el día anterior en la misa. Me llamó la atención porque parecía que era la que llevaba allí el cotarro, llevaba una camiseta del FMLN y tomó el micrófono al final de la misa para convocar a los jóvenes a una reunión con el catecista el sábado siguiente y para recordar a la gente que pagase no sé qué deudas.
Cuando pasamos por su casa, humilde como todas las del pueblito, se acercó a mí y me ofreció una bolsa de mangos. En realidad no me conocía de nada y podría habérselos dado a Lucía con la que tenía más amistad y decirle que eran para todos o para que yo los probase, pero me los dio a mí y para mí. Me encantó el detalle. Así son los salvadoreños.
A las 12 teníamos que partir para San Francisco para poder agarrar el bus a San Salvador. Si había bus a San Salvador, claro. Modesta y Raquel vinieron con nosotras hasta allí. Pasamos por una panadería donde compré dos de las mejores quesadillas que he probado en mi vida, recién sacadas del horno... ñam.
El bus salía a la una, pero por lo visto no iba a llegar hasta San Salvador, sólo hasta el desvío donde poder agarrar el bus que venía desde Chalate (ciudad) hacia San Salvador. En el desvío ese, tomamos otro bus pero no llegamos a SanSal, sino que nos quedamos en Apopa, donde tomamos otro bus hacia Santa Ana, otro departamento cuya capital es del mismo nombre y hacia la que nos dirigíamos.
Lucía vive en la ciudad de Santa Ana, pero en los suburbios, en una colonia en la que hay pseudomareros y todo el mundo es del FMLN. Su casa comparte parcela con la de sus hermanas, la letrina es común así como la ducha. Tiene dos habitaciones, una dormitorio-salón-cocina y un dormitorio más. No tienen ni nevera, supongo que sus hermanas tienen una y allí guarda las cosas.
La casa estaba hecha un pequeño desastre porque el hijo mayor (23) que vive allí toda la semana no se ocupa de la limpieza. Dice Lucía que cada fin de semana le toca hacer un zafarrancho de limpieza.
Tienen un perro, Rocko, que es una mezcla de pastor alemán y perro aguacatero. Ha quedado un cruce gracioso, un perro de lo más tranquilo, grandote, con el color del pastor pero con una carita alargadita y dulce. Tiene una gran habilidad para entrar en la casa, con una pata empuja la puerta y se cuela. Tiene gran estilo, podría hacerlo con la cabeza....
Óscar me enseñó los lugares en los que le ocurrieron todos los accidentes que me cuenta siempre. Ya al menos puedo visualizarlo cayéndose de la verja de la cancha de fútbol.
El hermano mayor apareció un momento por allí, pero estaba bastante tomado (bebido) porque los domingos es el único día que no trabaja y se va a celebrar por ahí con los amigos. Así que sólo me estrechó la mano, dijo hola y se fue. De todas formas, me advirtieron de que siempre es así de tímido.
Esa noche, para desgracia mía, vimos el Gran(d?) Prix, cosecha del 2000. Creo que hasta ese día nunca había visto tanto tiempo seguido ese programa. Pero me ayudó a recordar por qué el Ramón García no me caía bien.
Fui a la cama para caer dormida como un tronco, aunque la cama era durísima y a mitad de la noche me desperté por el frío. Pero ese día el traqueteo de los buses me había dejado molida.
Aps, por cierto, tengo una anécdota de bus que contar. Ya os he contado que en el bus entran muchos vendedores. Muchos venden bolsas de agua fría o agua de coco. Para que esté fría la llevan en cubos o bolsas grandes con hielo. Pues en esto que va uno de los vendedores de agua, con una gran bolsa que puso justo encima de mí mientras gritaba agua helaaadaaaa y claro, me chorreó en la pierna. Yo llevaba pantalón corto y me empapó el muslo. Bueno, pues no me hubiese molestado para nada si no hubiese sido porque el tipo dijo ¡uis, la bañé! y acto seguido frotó su mano vigorosamente contra mi muslo en un intento de secarme. Yo en realidad no tuve tiempo de reaccionar y me quedé tan anonadada que sólo pude mirar a Óscar y decirle: has visto eso? Como para cerciorarme de que había pasado en realidad. Veamos, que alguien me toque el muslo no me importa, que froten su mano, tampoco mucho, pero que lo hagan en este país... Ya es otra cosa, porque conlleva mucho más que el simple hecho de una frotadita.
Modesta es una mujer de 73 años, con buena salud, muy trabajadora y agradable a más no poder. Lucía es la única hija que la visita regularmente, la pobre se siente muy sola y normalmente pasa una semana en la Divina Providencia (la colonia del cantón en que vive) y otra en Santa Ana, en la casa de Lucía.
Cuando Raquel despertó, me fue enseñando uno por uno los palos (árboles) que tenían en el jardín. Mangos, jocoteros, naranjos, limoneros, marañón, aceituno, aguacate... Se puso a jugar conmigo y no me soltaba. Saqué la cámara de fotos y eso ya la fascinó, quería posar para mí. Le dije que sólo le tomaba una foto y que cuando se bañase y peinase le tomaría otra.
En realidad acabé bañándola y peinándola yo. Hasta hizo que le eligiese la ropa. Se puso en braguitas al lado de la pila y acurrucada aguantaba las guacaladas de agua que yo le echaba. Luego le lavé el pelo, la ayudé a enjabonarse por donde no llegaba y la volví a empapar a guacaladas. El caso es que había una ducha, pero se ve que a ella le gusta así. Luego le hice un par de trenzas, como mi madre me hacía de pequeña. Mamá, te añoro.
Después de desayunar (qué rica leche) fuimos otra vez a la poza, esta vez con Lucía y Raquel también. Yo no me quise bañar porque había muchos chicos (no tan chicos, rondando los veinte) y sólo llevaba el bikini (el día anterior llevé unos pantalones cortos y una camiseta para bañarme con ellos por si acaso).
Pero me tumbé a la sombra de los mangos a disfrutar del sonido de las cascadas. Ni Lucía ni Raquel se bañaron tampoco, pero porque no quisieron o se les pasaron las ganas al ver que yo no me metía.
De vuelta, pasamos viendo a una señora que Lucía conocía. La pobre debía tener noventaymuchos años, estaba tumbada en una hamaca y casi no podía moverse. Tampoco hablaba con claridad. Creo que no soy la única que no le entendía ni papa, aunque Lucía hacía como si la entendiese. Sus dedos estaban completamente torcidos por la artritis, como unos 45º hacia el exterior de la mano si pones los dedos extendidos.
También pasamos por casa de una señora que yo había visto el día anterior en la misa. Me llamó la atención porque parecía que era la que llevaba allí el cotarro, llevaba una camiseta del FMLN y tomó el micrófono al final de la misa para convocar a los jóvenes a una reunión con el catecista el sábado siguiente y para recordar a la gente que pagase no sé qué deudas.
Cuando pasamos por su casa, humilde como todas las del pueblito, se acercó a mí y me ofreció una bolsa de mangos. En realidad no me conocía de nada y podría habérselos dado a Lucía con la que tenía más amistad y decirle que eran para todos o para que yo los probase, pero me los dio a mí y para mí. Me encantó el detalle. Así son los salvadoreños.
A las 12 teníamos que partir para San Francisco para poder agarrar el bus a San Salvador. Si había bus a San Salvador, claro. Modesta y Raquel vinieron con nosotras hasta allí. Pasamos por una panadería donde compré dos de las mejores quesadillas que he probado en mi vida, recién sacadas del horno... ñam.
El bus salía a la una, pero por lo visto no iba a llegar hasta San Salvador, sólo hasta el desvío donde poder agarrar el bus que venía desde Chalate (ciudad) hacia San Salvador. En el desvío ese, tomamos otro bus pero no llegamos a SanSal, sino que nos quedamos en Apopa, donde tomamos otro bus hacia Santa Ana, otro departamento cuya capital es del mismo nombre y hacia la que nos dirigíamos.
Lucía vive en la ciudad de Santa Ana, pero en los suburbios, en una colonia en la que hay pseudomareros y todo el mundo es del FMLN. Su casa comparte parcela con la de sus hermanas, la letrina es común así como la ducha. Tiene dos habitaciones, una dormitorio-salón-cocina y un dormitorio más. No tienen ni nevera, supongo que sus hermanas tienen una y allí guarda las cosas.
La casa estaba hecha un pequeño desastre porque el hijo mayor (23) que vive allí toda la semana no se ocupa de la limpieza. Dice Lucía que cada fin de semana le toca hacer un zafarrancho de limpieza.
Tienen un perro, Rocko, que es una mezcla de pastor alemán y perro aguacatero. Ha quedado un cruce gracioso, un perro de lo más tranquilo, grandote, con el color del pastor pero con una carita alargadita y dulce. Tiene una gran habilidad para entrar en la casa, con una pata empuja la puerta y se cuela. Tiene gran estilo, podría hacerlo con la cabeza....
Óscar me enseñó los lugares en los que le ocurrieron todos los accidentes que me cuenta siempre. Ya al menos puedo visualizarlo cayéndose de la verja de la cancha de fútbol.
El hermano mayor apareció un momento por allí, pero estaba bastante tomado (bebido) porque los domingos es el único día que no trabaja y se va a celebrar por ahí con los amigos. Así que sólo me estrechó la mano, dijo hola y se fue. De todas formas, me advirtieron de que siempre es así de tímido.
Esa noche, para desgracia mía, vimos el Gran(d?) Prix, cosecha del 2000. Creo que hasta ese día nunca había visto tanto tiempo seguido ese programa. Pero me ayudó a recordar por qué el Ramón García no me caía bien.
Fui a la cama para caer dormida como un tronco, aunque la cama era durísima y a mitad de la noche me desperté por el frío. Pero ese día el traqueteo de los buses me había dejado molida.
Aps, por cierto, tengo una anécdota de bus que contar. Ya os he contado que en el bus entran muchos vendedores. Muchos venden bolsas de agua fría o agua de coco. Para que esté fría la llevan en cubos o bolsas grandes con hielo. Pues en esto que va uno de los vendedores de agua, con una gran bolsa que puso justo encima de mí mientras gritaba agua helaaadaaaa y claro, me chorreó en la pierna. Yo llevaba pantalón corto y me empapó el muslo. Bueno, pues no me hubiese molestado para nada si no hubiese sido porque el tipo dijo ¡uis, la bañé! y acto seguido frotó su mano vigorosamente contra mi muslo en un intento de secarme. Yo en realidad no tuve tiempo de reaccionar y me quedé tan anonadada que sólo pude mirar a Óscar y decirle: has visto eso? Como para cerciorarme de que había pasado en realidad. Veamos, que alguien me toque el muslo no me importa, que froten su mano, tampoco mucho, pero que lo hagan en este país... Ya es otra cosa, porque conlleva mucho más que el simple hecho de una frotadita.
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