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Desde El Salvador

Sábado 6 de marzo. Voy con Lucía a su cantoncito en Chalate.

El fin de semana lo tenía reservado para Lucía. Le prometí que iría con ella a visitar su pueblecito y ver a su madre. Así que a las 6.30 yo ya estaba lista para partir, pero nadie más lo estaba, así que nos fuimos en el de las 7. Una pena porque eso nos chafó la mañana.
A Óscar sí que se le había chafado la mañana, y el día entero. Resulta que le había picado una abeja en el labio superior... Lo tenía hinchadísimo, pero algo descomunal, que parecía que el labio fuese a reventarle. Iba todo el rato con el labio tapado con un pañuelo que sujetaba en la mano para que no lo mirasen. La verdad es que tenía algo de monstruoso su aspecto.
Fuimos pues, Lucía, Óscar y yo rumbo a Chalate. El maldito bus Sonsonate-San Salvador paró mucho más de lo que debía y nos hizo perder el bus hacia Chalate de las 10. Así que hubo que esperar al de las 12. La ruta total fue esta:
7am: pick up hacia el desvío.
7.30: bus hacia Sonsonate
8.35: bus hacia San Salvador
10.15: ruta 34 hacia la terminal de Oriente.
11.00: almuerzo
12:00: Bus hacia San Rafael y San Francisco Menéndez (Chalatenango)
14:00: Caminata de media hora desde San Francisco hasta la colonia “La Divina Providencia”, donde vive la madre de Lucía.
Fue un viaje larguísimo y muy pesado por el calor. Pero al fin logré llegar y en lo único en lo que pensaba era en el baño en la famosa poza de “La difunta”, aunque hubiese que andar otro kilómetro.
En la casa vivían: Modesta, la madre de Lucía (se llama igual que mi abuela), Raquel, una sobrinita de 7 años y Josillas, tendría ya sus veintitantos, otro sobrino. Óscar se peleaba continuamente con Raquel, pero ésta agarró confianza conmigo y no se me despegaba. Era muy vivaracha y traviesa, pero una ricura.
Óscar me llevó a la poza y allí nos dimos un riquísimo baño. Había un chorro que caía sobre una cuevecita y allí debajo me quedé recibiendo el hidromasaje. El agua no estaba tan fría como cabría esperar. Estaba estupenda. El fondo de la poza estaba lleno de hojas de mango, pues en las orillas había grandes árboles cargaditos de mangos.
Era un sitio idílico y encima para nosotros solos. Allí si que me puse en bikini sin reparo. Me puse luego a tomar el solecillo en un montículo de césped que había, escuchando el sonido de las cascaditas. Jo, yo quiero un riachuelo en el CEDEFAR.
Volvimos a casa y pasamos por la iglesia a buscar al resto que estaba en misa. Uis, he dicho iglesia, la costumbre de que la misa suele ser en una de esas... En realidad, la misa la daban en el patio de los columpios, colocaban allí algunas sillas, bancas de misa sacadas de la antigua iglesia, una mesa para el cura, un sistema de altavoces casero y allí daban la misa. De hecho, para llegar a Lucía, tuvimos que pasar por el “altar mayor”, detrás del cura y todo el mundo se quedó mirándome más a mí que al cura. Ups.
Después de la misa se acercó una señora que vende cuadros bordados con motivos típicos. 12$ me cobraba la bruja. Y lo de bruja lo digo porque parecía una, lo juro. Y encima no se dejaba regatear. Yo no he visto ni un solo salvadoreño que no regatee, lo dicho, es una bruja. Y como todo el mundo me presionaba y el cuadro era muy bonito, pues me comprometí a comprárselo. Tenía otro más chulo, que representaba una reunión de señoras en la plaza del pueblo, recibiendo una charla o algo así. Pero era más grande y más caro. Y ya me parecieron caros los 12$ del otro.
Os cuento un poco la historia del cantón (pueblecito). Antes había mucha gente allí, pero durante la guerra, fue abandonado. Los pocos que quedaron fueron matados por los “escuadrones de la muerte” que el ejército organizó para acabar con la guerrilla y los ciudadanos que la apoyaban. Después de la guerra, la gente comenzó a volver, pero aún no hay ni la mitad de sus antiguos habitantes. Lucía me enseñó los restos de su antigua casa, arrasada por las bombas. Mirabas a las colinas que rodeaban el sitio y podías imaginar a los guerrilleros escondidos en sus laderas, vigilando los flancos para avisar de cuándo llegaba el ejército.
Y ahora es un sitio sencillo, con luz y agua corriente, todo un lujo. Hubo algún proyecto gracias al cual instalaron letrinas “aboneras”, ya que no hay un sistema de alcantarillado (en la mayor parte del país no lo hay, sólo en lugares grandes). Estas letrinas funcionan de la siguiente forma: son un gran depósito excavado en el suelo, luego construyen un cubículo encima, elevado sobre el nivel del suelo, ponen una especie de retrete de cemento. Cada vez que se utiliza, hay que echar ceniza o algún material desecante. Cuando se llena, se sella y al cabo del tiempo se puede usar como abono para el jardín.
Lo que no hay en el pueblecito, es teléfono, en las tiendas sólo venden artículos de primera necesidad y ni siquiera venden leche en polvo. Para todas esas cosas hay que ir a San Francisco. Es igual que en los pueblitos que hay cerca del CEDEFAR, hay que ir a Cara Sucia.
Por la noche, vi la ceremonia de los Óscar (repetida y acortada) y fui a dormir. Dormí en una cama de hospital. Resulta que el padre de Raquel, que está en EEUU “mandando pisto” (palabras de Raquel), trabajaba haciendo piernas ortopédicas. Vi fotos del trabajo y era bien curioso, usaba moldes en los que metía la pasta. Por eso había una cama de hospital allí.

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