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Desde El Salvador

Viernes 13 de febrero. Viernes 13 pero no ocurre nada nefasto.

Por la mañana fertilicé mis tomates por primera vez. Qué alegría, qué alboroto, otro perrito piloto. Lo dejé todo preparado para que durante el fin de semana no le faltase nada y Chepe se encargase de ello.
Volví a mis clases de matemáticas y aunque tenía dos alumnos atrasados en la resta, pasé a la multiplicación. Qué desastre, dicen que sólo se saben hasta la tabla del 5... Y eso los que más (bueno, Glenda dice que todas pero ordenadas). Una buena parte sólo podían (aquí se usa el verbo "poder" como "saber" o "saber hacer algo") la del 1, la del 10 y la del 5. Víctor y Huber sólo la del 1 (y aún dudaban).
Estaba yo ayudando a Víctor con sus restas cuando el chaval del día anterior (mierda, nunca me acuerdo cómo se llama... Manuel?, vamos, el del mandado de las clases de karate) y Osmín (otro) empezaron a reírse. Yo me mosqueé inocentemente con ellos, diciéndoles que no tenía gracia el que se riesen de un compañero que no sabe restar. El caso es que después de comer el tal... ¿Manuel? me esperaba en el camino hacia mi dormitorio, sentado en medio del camino. Me dijo que si quería saber por qué se estaban riendo antes y le dije que sí. Pues bien, no se reían de las restas sino de que Víctor estaba haciendo el amago de pasarme el brazo por encima. En fin... Habrá que prestar más atención a la retaguardia :P
Me dolía mucho la cabeza, supongo que del resfriado que llevaba arrastrando desde el sábado. Así que decidí echarme un buen rato y no irme en el bus de la una, sino en el de las tres menos cuarto. Antes de acostarme, llegó Adonay, venía a dejar unos vidrios y unos sacos de granza de arroz para los criaderos de pollo. Así que decidí esperarme y que él me llevase a casa. Más cómodo, rápido y entretenido.
Ni con la siesta se me pasó el dolor, y no tomé un paracetamol por estúpida, pensando que ya se me pasaría. Preparé todas mis cosas, me dí una buena ducha (qué calores empiezan a hacer aquí) y Adonay por una vez en su vida estaba listo a la hora acordada.
Por el camino casi no hablé por el dolor de cabeza. Pasamos por una cooperativa lechera y Adonay me invitó a un helado de chocolate. Jo, que rico, no era de hielo, era de lecheeee. Añoro la leche.
Fuimos pasando por la universidad de Adonay (ingeniería industrial, pero nada que ver con la española... Aquí es fácil) para que recogiese unas fotocopias. Unas 4 páginas de preguntas que tenía que resolver para el día siguiente y encima sin libros (porque no tiene, no porque no le dejen usarlos). Se compró un "pan mataniños", vamos, un perrito caliente de los callejeros (lo de mataniños es por lo abortivo). A mí se me antojaron unos tacos, así que fuimos a buscarlos. En Metrocentro encontramos un lugar y pude saciar mi antojo.
Llegué a casa de Alfredo y cuando oyeron el picachús cayeron en la cuenta de que Adonay había ido al CEDEFAR y por eso yo me venía con él y llegaba bastante tarde. Alfredo es lo más despistado del mundo, de verdad. Yo suelo ser su agenda "Tirma, recuérdame que el lunes haga fotocopias de esto".Y cabal, si no se lo recuerdo yo, se le olvida.

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