Domingo 25 de enero. Subida al cerro del Calvario y regreso
Estaba planeada una excursión a un "turicentro" de por allí. Piscinas, césped y tomar el sol. Todo ello caro. Y se puede hacer cuando quieras en El Salvador. Así que me apunté al plan de quedarnos en el pueblo y subir hasta lo alto del cerro que se veía desde el hotel, donde había una iglesia. Es otra prueba de fé más. 14 estaciones (reflejando algo así como las caídas de Cristo con la cruz y otras cosas más) para llegar hasta arriba.
Primero fuimos a la iglesia del Calvario, que estaba al pie de la subida. Allí teníamos planeado comer yuca frita, pero eran las 8.30 y la señora no llegaría hasta las 9am (si llegaba). Por otra parte, había hambre así que nos volvimos al centro del pueblo a desayunar frente al hotel.
Me puse hasta arriba con el desayuno que me trajeron. Chile relleno, frijoles, tortillas, crema, refrito de tomate y cebolla... Tenía el estómago repleto. Y aún así querían que comiese yuca frita después... Paso.
Nos juntamos un grupito de gente para subir al cerro. De nuevo el paseo hasta la iglesia. Brenda y Meme estaban ya cansados de hacerlo, sobre todo porque Gerardo se puede poner muy pesado a veces. Y ahora tocaba empezar a subir. Nada más empezar veo la primera estación, a pocos metros en horizontal, pero demasiados para mi gusto en vertical. Pensé: es sólo la primera. Ya desde la primera se veía ahí al ladito la segunda. Pregunté si la distancia entre las estaciones venía a ser esa siempre y me dijeron que sí. "Chupado" pensé yo. Sí, sí... Chupado. Que el desnivel que había entre estación y estación compensaba con creces el que estuviesen tan cerquita. Estuve a punto de ir a por un arnés y alguna cuerda. Bueno, no era para tanto, pero estaba empinadísimo y la carreterilla era de cantos rodados, de estos grandes en los que te puedes torcer un tobillo a la mínima.
En la número 7 había una iglesia y allí nos paramos a descansar un poco y a tomar alguna fotografía de las vistas. Reanudamos el camino y cada vez era peor. De vez en cuando pasaba algún coche subiendo. "Allá ellos, no hacen penitencia" pensaba yo para animarme. Pero claro, luego se me pasaba por la mente que para qué carajo necesito hacer penitencia yo, si ni creo ni nada. Entonces pasaba a buscar el beneficio físico y mental de hacer deporte como este. Mucho más ánimo, con diferencia.
La bajada fue peor, porque se te iba todo el cuerpo hacia delante. Estuve a punto de hacerla de espaldas como lo del Cristo Negro, pues comprobé que se iba mucho más cómodo. Pero también hacía mucho más el ridículo y hay días que me despierto vergonzosa. Éste era uno de ellos.
Al llegar a la iglesia de abajo, nos sentamos a descansar y decidimos volver en "taxi". Son monísimos. Son como una motocicleta pero que tiene asientos traseros y tiene techo. Es como un huevo grande o un Smart pequeño. Cabíamos tres y el niño en el asiento trasero y nos llevó hasta la basílica. Después fuimos de compras un rato más y a recoger las cosas del hotel y buscar algo de comer para el camino.
El viaje de vuelta fue otro coñazo, tenía bastante sueño (viajar me da sueño) y de nuevo me tocó pasillo. Al menos en la frontera no había nadie y pasamos rápidamente. Tuve que contar un par de mentiras al oficial de aduanas (como que estoy en trámites de sacarme la visa de estudiante) y al final me volvió a dar tres meses más. A ver si nos consiguen ya una carta de inmigración para no tener mucho problema al pasar las aduanas, que mi pasaporte se está llenando de sellos en los que pone : 90 días y al final se van a dar cuenta de que llevo mucho más tiempo que ese en el país y no me van a dejar entrar de nuevo.
Por el camino paramos a comer unas pupusas. Yo pedí un licuado de melón con leche que estaba de vicioooo. Ais cómo voy a añorar el tener fruta de todo tipo durante casi todo el año. Yo pensé que no me gustaba la fruta, pero es que para comer manzanas y peras no me merecía la pena el esfuerzo de pelarlas. Ahora, estos melones, esta papaya, esta sandía (dulce de verdad), este coco... Ais, qué delicia.
Al llegar a casa, me esperaba una desagradable sorpresa: estaba allí el Chele. Qué susto, joder. Me fue a estrechar la mano y tuve que zafarme porque no la soltaba el mamón. Y luego que me pilló a solas me dijo: ¿por qué no me has llamado? - (yo aguantándome la risa) Porque total, seguro que te iba a ver algún día por aquí y al fin y al cabo, no tengo mayor interés en llamarte.
Sedita quedó. Yo rehuyendo su mirada, su presencia y todo. Vamos, que no volví a dirigirle la palabra hasta que se largó. Yo creo que si la semana que viene Érika me dice que no ha vuelto a llamar, habré logrado que me deje en paz.
Primero fuimos a la iglesia del Calvario, que estaba al pie de la subida. Allí teníamos planeado comer yuca frita, pero eran las 8.30 y la señora no llegaría hasta las 9am (si llegaba). Por otra parte, había hambre así que nos volvimos al centro del pueblo a desayunar frente al hotel.
Me puse hasta arriba con el desayuno que me trajeron. Chile relleno, frijoles, tortillas, crema, refrito de tomate y cebolla... Tenía el estómago repleto. Y aún así querían que comiese yuca frita después... Paso.
Nos juntamos un grupito de gente para subir al cerro. De nuevo el paseo hasta la iglesia. Brenda y Meme estaban ya cansados de hacerlo, sobre todo porque Gerardo se puede poner muy pesado a veces. Y ahora tocaba empezar a subir. Nada más empezar veo la primera estación, a pocos metros en horizontal, pero demasiados para mi gusto en vertical. Pensé: es sólo la primera. Ya desde la primera se veía ahí al ladito la segunda. Pregunté si la distancia entre las estaciones venía a ser esa siempre y me dijeron que sí. "Chupado" pensé yo. Sí, sí... Chupado. Que el desnivel que había entre estación y estación compensaba con creces el que estuviesen tan cerquita. Estuve a punto de ir a por un arnés y alguna cuerda. Bueno, no era para tanto, pero estaba empinadísimo y la carreterilla era de cantos rodados, de estos grandes en los que te puedes torcer un tobillo a la mínima.
En la número 7 había una iglesia y allí nos paramos a descansar un poco y a tomar alguna fotografía de las vistas. Reanudamos el camino y cada vez era peor. De vez en cuando pasaba algún coche subiendo. "Allá ellos, no hacen penitencia" pensaba yo para animarme. Pero claro, luego se me pasaba por la mente que para qué carajo necesito hacer penitencia yo, si ni creo ni nada. Entonces pasaba a buscar el beneficio físico y mental de hacer deporte como este. Mucho más ánimo, con diferencia.
La bajada fue peor, porque se te iba todo el cuerpo hacia delante. Estuve a punto de hacerla de espaldas como lo del Cristo Negro, pues comprobé que se iba mucho más cómodo. Pero también hacía mucho más el ridículo y hay días que me despierto vergonzosa. Éste era uno de ellos.
Al llegar a la iglesia de abajo, nos sentamos a descansar y decidimos volver en "taxi". Son monísimos. Son como una motocicleta pero que tiene asientos traseros y tiene techo. Es como un huevo grande o un Smart pequeño. Cabíamos tres y el niño en el asiento trasero y nos llevó hasta la basílica. Después fuimos de compras un rato más y a recoger las cosas del hotel y buscar algo de comer para el camino.
El viaje de vuelta fue otro coñazo, tenía bastante sueño (viajar me da sueño) y de nuevo me tocó pasillo. Al menos en la frontera no había nadie y pasamos rápidamente. Tuve que contar un par de mentiras al oficial de aduanas (como que estoy en trámites de sacarme la visa de estudiante) y al final me volvió a dar tres meses más. A ver si nos consiguen ya una carta de inmigración para no tener mucho problema al pasar las aduanas, que mi pasaporte se está llenando de sellos en los que pone : 90 días y al final se van a dar cuenta de que llevo mucho más tiempo que ese en el país y no me van a dejar entrar de nuevo.
Por el camino paramos a comer unas pupusas. Yo pedí un licuado de melón con leche que estaba de vicioooo. Ais cómo voy a añorar el tener fruta de todo tipo durante casi todo el año. Yo pensé que no me gustaba la fruta, pero es que para comer manzanas y peras no me merecía la pena el esfuerzo de pelarlas. Ahora, estos melones, esta papaya, esta sandía (dulce de verdad), este coco... Ais, qué delicia.
Al llegar a casa, me esperaba una desagradable sorpresa: estaba allí el Chele. Qué susto, joder. Me fue a estrechar la mano y tuve que zafarme porque no la soltaba el mamón. Y luego que me pilló a solas me dijo: ¿por qué no me has llamado? - (yo aguantándome la risa) Porque total, seguro que te iba a ver algún día por aquí y al fin y al cabo, no tengo mayor interés en llamarte.
Sedita quedó. Yo rehuyendo su mirada, su presencia y todo. Vamos, que no volví a dirigirle la palabra hasta que se largó. Yo creo que si la semana que viene Érika me dice que no ha vuelto a llamar, habré logrado que me deje en paz.
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