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Desde El Salvador

Domingo 11 de enero. A por la lavadora y más vagueo.

Sí, sí, nos levantamos temprano y vamos al mercado. Las 8.30 y Érika no me ha despertado. Vaya dos dormilonas somos. La intención es pasarse por las tiendas del centro a "cotejar" los precios de las lavadoras, para ver cuál nos llevamos al CEDEFAR. Ah, que no todo el mundo lo sabe. Pues que los Reyes Majos me han dejado una lavadora. Sí, como lo oyen, una lavadora para el CEDEFAR. Bueno, en realidad fue un cheque firmado por Gaspar, Melchor y Baltasar, pero es canjeable en este país. Así que hay que buscar precios para ver qué llevamos.
Logramos salir de casa (hay que ver lo que se puede entretener una con chorradillas) y subimos a un bus cuyo conductor debía estar drogado o algo. Yo según arrancó me di cuenta y se lo comenté a Érika, pero ella, acostumbrada a los conductores locos, me dijo que es que yo había perdido la costumbre. Ya... Que cuando todo el autobús comenzamos a gritar "pareeeee, pareeee" porque no había forma de que se detuviera en la parada que le tocaba, me tuvo que dar la razón. Vamos, que muy bien no iba el hombre. O eso o es sordo.
Fuimos a El Corte Inglés salvadoreño, se llama SIMAN y a mí el nombre me traía dulces recuerdos de nuestro querido SIMAGO, sobre todo de aquél que estaba en la Plaza de Sto Domingo, ais... (Extraños a Guadalajara, abstenerse de encontrarle sentido a este arranque de nostalgia). Es sorprendente lo baratos que están los electrodomésticos en este país: $38 una lavadora!! ERROR. 38 dólares al mes durante 15 meses. Los jodíos siempre lo ponen así, ponen el precio de la letra corrida, y luego ni siquera te ponen el número de meses que has de pagarla. Hasta para una licuadora te hacen eso. Yo, que voy de ricachona por la vida, me dediqué a preguntar precios al contado, que eso de pagar a crédito no va conmigo. Aunque bien mirado, sólo voy a apagar 6 meses... Jejeje.
Bueno, la encontré, lavadora de 30 libras de carga, con 16 ciclos de lavado. Mola. $459, no mola tanto, pero he de decir que fue de lo más barato que encontré, y las otras lavadoras eran de 22 a 25 libras. De todas formas, estaba dentro del presupuesto. Tomamos nota y fuimos en busca de la lavadora perdida (lo siento, sé que no tiene gracia, pero tenía que ponerlo) por más tiendas. Nada. Me moló mucho una de $500. Samsung, digital, sin chirimbolo en el centro del que tienen las lavadoras en este país (son como las eeuuitas, se cargan por arriba y en el centro tienen un eje con paletas que revuelve la ropa (y la destroza toda, por añadidura)), funcionaba con burbujas a presión (o algo así nos intentó vender el tipo de la tienda) y la única de 31 libras aparte de la de SIMAN. Problema: a ver cómo carajo le enseño yo a la señora Lucía a usar una lavadora digital. Si a mi madre ya le cuesta entenderse con todos los mandos que tiene la tele y es algo que usa todos los días... (En su defensa diré que es cierto que hay muchos mandos y muchos botones poco intuitivos, además ahora hay que añadir el mando del DVD (también tenía que decirlo, no es para dar envidia, es para agradecer una vez más a mi querido Pablito por mi regalo de cumple-reyes)).
En definitiva, que apasionante mundo este de las lavadoras. Me encantaron las que tenían la tapa transparente. La verdad, no entiendo por qué, si en España todas las lavadoras dejan ver el interior, pero esto de poder verlo desde arriba le daba otra perspectiva... no sé, como más emocionante.
Hicimos alguna otra compra más, incluyendo un par de sobres de gelatina Royal, me apetecía comer guarrerías. Y las guarrerías que salen de la nevera apetecen muchísimo más. Y si encima no alimentan ni tienen ningún componente nutritivo... Genial. Una guarrería que ayude a mantener la figura, o aporte vitaminas o algo así, no debe ser llamada guarrería. En ese sentido, la gelatina es una estupenda guarrería.
Por la tarde, tan sólo estuvimos dormitando frente a la tele. De esta forma, me expuse al ataque discriminado (sólo iban a por mí) de los zancudos. Se ve que estos 13 días fuera del país han disminuído mi tolerancia al veneno, y se me vuelven a hinchar las picaduras cosa mala. Vuelvo a estar acribillada, vuelvo a ser yo y siento más que nunca que he vuelto a El Salvador.
A última hora, intentamos ir a la peluquera. Estoy harta de pasar calor por el pelo y de que cada vez que se me acerque un niño y su colección de piojos me dé miedo acercarme porque mi pelo les pueda parecer más confortable. Además, las chicas con el pelo corto gustan menos. Pero el destino no estaba conmigo, porque la peluquera no estaba en casa. Otro día será.
Fuimos a por pupusas para la cena. En este país, los domingos cuando no se quiere cocinar no se va a comer por ahí, o se encarga paella o unas pizzas: se va a por pupusas. No tiene sentido que las repartan a domicilio porque en cada barrio hay al menos tres señoras que sacan la plancha a la terraza (o a la acera si no tienen terraza) y se ponen a hacer pupusas. Vamos, que seguro que hay una pupusera al lado. Ah, y sí, pupusera. Yo creo que jamás he oído de un hombre que eche pupusas. Tortillas sí, y hasta los he visto (aunque no torteando en serio, sino haciendo una demostración), pero pupusas nunca.

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