Jueves 4 de diciembre. Con el guacal en la cabeza a la comunidad de arriba.
Como pensé que esta gente no volvería del río Paz hasta las 9 am mínimo, me quedé durmiendo hasta las 7.30 lo menos. Cuando me desperté, oí ruidos de escobas y me dí cuenta de que debían haber vuelto antes. Incluso vino la niña (se usa como sustituto de "señora") Edith a ver si estaba viva. Dijo así muy suavecito junto a la puerta: Vengo buscando a Tirma, ¿está Tirma?. Jajaja, no sé a quién esperaba encontrar. Ya salí y le dije que me había quedado sopa, que no se preocupase por el desayuno.
Desayuné en mi cuarto los cereales que me quedaban. Total, como tomo leche en polvo, no necesito refri (geradora). Bajé a saludar a todo el mundo que andaban asustados porque no sabían dónde estaba. Jo, una no puede quedarse dormida sin que piensen que la han secuestrado.
Me puse a pasar las cuentas de Luis y Lucía a Excel y en esto Lucía me ofreció subir a Ahuachapío (el caserío que está hacia arriba de esta finca) a vender "menudos" de pollo (patas, cabezas, mollejas, buches, hígados...). Acepté porque así tenía la oportunidad de conocer aquello bien. Subimos en el busito y ni tuvimos que pagar, por un viaje tan cortito no nos cobraban.
Fuimos primero a una tienda donde tenía apalabradas unas cuantas libras de pollo. Allí tenían un molino eléctrico donde las mujeres de la zona iban a moler el maíz para hacer las tortillas. Se paga a la dueña en función de la cantidad de maíz que quieres moler. Había una cola de mujeres que esperaban con su guacal (balde de plástico o metal) lleno de maíz cocido, listo para moler.
Lucía me compró un "choco-banano", un plátano congelado y bañado en chocolate con un palo pinchado. Está rico eso. Me han dicho que ya venden el chocolate para hacerlo. Tendré que comprar y probar a hacerlo algún día.
Luego subimos hasta arriba a otra tiendecita donde le debían dinero. No nos compraron más pollo, pero por el camino me encontré con la chica que había subido conmigo el día que subí en la parte de arriba del bus. Se llama Kenia y me confundió con una estadounidense que está en el pueblo para no-sé-qué, pero que de momento quiere formar un equipo de fútbol de mujeres. Después de confesarle que de fútbol no sé nada de nada y sacarla de la duda de qué idioma hablamos en España, creo que quedó claro que yo no era gringa, aunque aún así me decía: "es igualita a usted, sólo que más delgadita". No fue la única que me dijo eso. DE hecho, esa mañana lo oí como 5 veces. Tomé la decisión de que debo conocer a mi "gemela". Lucía, que ya me conoce más, dice que no me parezco en nada de nada, tan sólo en lo chelitas que somos, pero por el resto, en nada. Pero supongo que se da el efecto "chino": cuando no conocemos una raza, todos nos parecen iguales, aunque en realidad no tengan nada que ver.
Fuimos vendiendo de casa en casa. Lucía me iba presentando a la gente de las casas mientras gritaba "menudos, llevo menudos". Llegó un momento en el que insistí en llevar yo el guacal con los pollos. Aquí los llevan en la cabeza, haciendo equilibrio. Tienen una habilidad impresionante. Yo para no ser menos, también me lo puse en la cabeza, pero no encontré ese punto en el que se tenía que quedar quieto. Le toqué la cabeza a Lucía para ver si estaba plana, pero mi decepción fue bastante grande cuando vi que no más que la mía. Así que lo llevaba sujeto con una mano, que iba cambiando a cada rato para que no se cansase. Pero yo creo que daba el pego. Cuando ya iba más vacío el guacal, hasta logré llevarlo sin manos y subir escaleras y todo, pero bailaba un poco todavía.
La gente en las casas insistía en que nos sentásemos, nos sacaban sillas y se ponían a platicar con nosotras. Claro, a ese ritmo se nos hizo la hora del almuerzo y la gente ya estaba comiendo, había matado ya una gallina o similar y la venta no prosperaba mucho.
En una casa nos ofrecieron fresco de melón. De muerte. Divino. Los melones de aquí son de los pequeñitos redondos naranjas. Deliciosos. Voy a añorar mucho la fruta de aquí cuando me vaya. A mí me gustan las frutas dulces más que las ácidas. Y aquí la fruta tiene hasta más sabor. Qué ricas sandías he probado, nada de agua de color rojo como las de allí, sandías con sabor a sandía.
Encontré varias caras conocidas, algún estudiante del CEDEFAR, la chica de AVON que viene por El Mangal (la finca del CEDEFAR) y la casa-tienda con gansos a la que vine con Adonai y Luis hace ya unas semanas. Creo que si conozco a la gringa, me meteré más en la comunidad a través de ella. No sé, me parece más fácil.
Quedaron sólo dos libras por vender, pero ya era muy tarde, no era plan de preocupar a todo el mundo de nuevo. Volvimos y Lucía estaba bastante cansadilla de la caminata. La mujer ya está mayor a pesar de la energía que parece desprender por todos los poros de su piel.
Por la tarde terminé las cuentas de Luis y me puse a hacer el equipaje para el viernes, tenía que irme pronto en la mañana para poder llegar a la oficina a una hora decente y acabar lo de la biblioteca. Y el equipaje lleva su tiempo, a ver cómo meto toda la ropa sucia en la maleta pequeña. Jejeje, esto de tener lavadora los fines de semana me ha salvado el cuello. Me encanta poder tener mi ropa limpita sin haber frotado nada de nada.
Desayuné en mi cuarto los cereales que me quedaban. Total, como tomo leche en polvo, no necesito refri (geradora). Bajé a saludar a todo el mundo que andaban asustados porque no sabían dónde estaba. Jo, una no puede quedarse dormida sin que piensen que la han secuestrado.
Me puse a pasar las cuentas de Luis y Lucía a Excel y en esto Lucía me ofreció subir a Ahuachapío (el caserío que está hacia arriba de esta finca) a vender "menudos" de pollo (patas, cabezas, mollejas, buches, hígados...). Acepté porque así tenía la oportunidad de conocer aquello bien. Subimos en el busito y ni tuvimos que pagar, por un viaje tan cortito no nos cobraban.
Fuimos primero a una tienda donde tenía apalabradas unas cuantas libras de pollo. Allí tenían un molino eléctrico donde las mujeres de la zona iban a moler el maíz para hacer las tortillas. Se paga a la dueña en función de la cantidad de maíz que quieres moler. Había una cola de mujeres que esperaban con su guacal (balde de plástico o metal) lleno de maíz cocido, listo para moler.
Lucía me compró un "choco-banano", un plátano congelado y bañado en chocolate con un palo pinchado. Está rico eso. Me han dicho que ya venden el chocolate para hacerlo. Tendré que comprar y probar a hacerlo algún día.
Luego subimos hasta arriba a otra tiendecita donde le debían dinero. No nos compraron más pollo, pero por el camino me encontré con la chica que había subido conmigo el día que subí en la parte de arriba del bus. Se llama Kenia y me confundió con una estadounidense que está en el pueblo para no-sé-qué, pero que de momento quiere formar un equipo de fútbol de mujeres. Después de confesarle que de fútbol no sé nada de nada y sacarla de la duda de qué idioma hablamos en España, creo que quedó claro que yo no era gringa, aunque aún así me decía: "es igualita a usted, sólo que más delgadita". No fue la única que me dijo eso. DE hecho, esa mañana lo oí como 5 veces. Tomé la decisión de que debo conocer a mi "gemela". Lucía, que ya me conoce más, dice que no me parezco en nada de nada, tan sólo en lo chelitas que somos, pero por el resto, en nada. Pero supongo que se da el efecto "chino": cuando no conocemos una raza, todos nos parecen iguales, aunque en realidad no tengan nada que ver.
Fuimos vendiendo de casa en casa. Lucía me iba presentando a la gente de las casas mientras gritaba "menudos, llevo menudos". Llegó un momento en el que insistí en llevar yo el guacal con los pollos. Aquí los llevan en la cabeza, haciendo equilibrio. Tienen una habilidad impresionante. Yo para no ser menos, también me lo puse en la cabeza, pero no encontré ese punto en el que se tenía que quedar quieto. Le toqué la cabeza a Lucía para ver si estaba plana, pero mi decepción fue bastante grande cuando vi que no más que la mía. Así que lo llevaba sujeto con una mano, que iba cambiando a cada rato para que no se cansase. Pero yo creo que daba el pego. Cuando ya iba más vacío el guacal, hasta logré llevarlo sin manos y subir escaleras y todo, pero bailaba un poco todavía.
La gente en las casas insistía en que nos sentásemos, nos sacaban sillas y se ponían a platicar con nosotras. Claro, a ese ritmo se nos hizo la hora del almuerzo y la gente ya estaba comiendo, había matado ya una gallina o similar y la venta no prosperaba mucho.
En una casa nos ofrecieron fresco de melón. De muerte. Divino. Los melones de aquí son de los pequeñitos redondos naranjas. Deliciosos. Voy a añorar mucho la fruta de aquí cuando me vaya. A mí me gustan las frutas dulces más que las ácidas. Y aquí la fruta tiene hasta más sabor. Qué ricas sandías he probado, nada de agua de color rojo como las de allí, sandías con sabor a sandía.
Encontré varias caras conocidas, algún estudiante del CEDEFAR, la chica de AVON que viene por El Mangal (la finca del CEDEFAR) y la casa-tienda con gansos a la que vine con Adonai y Luis hace ya unas semanas. Creo que si conozco a la gringa, me meteré más en la comunidad a través de ella. No sé, me parece más fácil.
Quedaron sólo dos libras por vender, pero ya era muy tarde, no era plan de preocupar a todo el mundo de nuevo. Volvimos y Lucía estaba bastante cansadilla de la caminata. La mujer ya está mayor a pesar de la energía que parece desprender por todos los poros de su piel.
Por la tarde terminé las cuentas de Luis y me puse a hacer el equipaje para el viernes, tenía que irme pronto en la mañana para poder llegar a la oficina a una hora decente y acabar lo de la biblioteca. Y el equipaje lleva su tiempo, a ver cómo meto toda la ropa sucia en la maleta pequeña. Jejeje, esto de tener lavadora los fines de semana me ha salvado el cuello. Me encanta poder tener mi ropa limpita sin haber frotado nada de nada.
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